Latinoamérica ha estado al margen del
imaginario social que se ha establecido desde la época de la conquista, y que
ha venido evolucionando hasta tocar los aires de postmodernidad. La utopía ha
sido siempre el impulso del hombre moderno en relación al rumbo que le espera
dentro de una sociedad, sin embargo, la utopía siempre queda en utopía y es por
ende que parece estar el hombre, caminando en una autopista interminable,
cargando siempre el costal de la insatisfacción, cuál Sísifo entregado, rendido
y aceptando su miserable destino. Diversos autores como Carlos Fuentes, Briceño
Guerrero, Galeano, entre otros, han ofrecido su mirada del continente como la
utopía que representaría la salvación de los condenados del viejo continente,
sin embargo, nada más lejos de esa quimera les esperaba. Latinoamérica es
producto de la utopía, y como parte de un ciclo, se convierte en esta misma. Lo
que utopía es, utopía será, y fue este marco lo que hace generar la distopía,
que está representada en la definición de postmodernidad que recrean Habermas y
Lyotard. Los textos que se abarcaran, tienen un gran significado dentro del
ámbito de la década de los setenta, década en la que empieza a gestarse la
libertad de idea, despegada de sectores y discursos repetidos durante toda la
modernidad… ¿es la postmodernidad la única resolución del hombre?, ¿está el
hombre cansado de pensar?, ¿sólo puede esperar de brazos cruzados al ejecútese
de su destino?, son tan solo algunas de las preguntas de carácter ontológico
que surgen a partir de los textos seleccionados, y que intentan responder desde
el enfoque de la axiología de sus protagonistas.
1. Calletania
En Calletania, Ceteno nos introduce claramente
en el terreno de la postmodernidad. Los personajes del texto viven en medio de
una sociedad apocalíptica que huye de las pretensiones e imaginarios sociales.
En la postmodernidad, desaparece la fe, el sujeto se ha alejado de istmos,
mitos y creencias, porque las utopías se han quedado en utopías. La utopía se
convierte entonces en el punto inalcanzable que forma parte del imaginario
colectivo. Cuando la utopía alcance el nivel de concreción dejará de llamarse
utopía. Por consiguiente, no puede el hombre contemporáneo depender de un
imaginario inconstruible, como quiso hacerlo el sujeto moderno, quien empeñado en
hacer de Prometeo, se dejó llevar, ante las promesas adictivas de la
modernidad. Si el mundo había sido dominado por el eco de la antigüedad, el
constructo moderno puso a valer el mito, la creencia de la gente en corrientes
filosóficas, vertientes artísticas y sectas revolucionarias, dónde el libre
albedrío re direccionó el destino del hombre. Sin embargo, este, se cansó de
estimar y por ende la categoría modernidad queda desierta ante la deserción del
sujeto de la mirada edénica. Coronel, personaje protagonista de la creación de
Centeno, parece estar consciente de este constructo:
‘’Yo
hice mi nido de águila, me encumbré en un risco lejos de la tierra en donde los
hombres construyen sus torres de Babel, elaboran teoremas, resuelven
ecuaciones, defienden puntos de vista y toman partido por tal o cual lenguaje,
cuando mi lenguaje desde hacía tiempo era de retirada, de deserciones, de
abandono de colinas y entrega de banderas’’. (Centeno, 1992, p-34)
Como expresa Coronel, el hombre moderno y
postmoderno, viven en la misma época, pero hablan idiomas distintos, se mueven
en escalones distintos de la escalera llamada sociedad. Se siente el tono de
desesperanza y abandono en las palabras de Coronel, quien rendido y postmoderno
en su concepción, no sucumbe ante la mirada aun moderna de su entorno, abandona
la utopía y se entrega a la época cada vez más presente del desencanto: ‘’Ya no existía creencia y si acaso existía
no sabía mantenerme en ella, optaba por visiones más globales, por enemigos
dignos de embestidas, ciudades sin murallas que derrumbar’’. (Centeno,
1992, p.36)
Téngase presente la última frase << ciudades
sin murallas que derrumbar>>. Esta
representa la utopía carcomida del sujeto moderno, una metrópoli plena, sin
enemigos, óptima para todo y todos, y hasta con ministerios de felicidad de por
medio. Sin embargo, la utopía cesa
cuando el hombre moderno toma consciencia de que no se vive en ella, sino más
bien, en la antiutopía, como la llama Claudio Magri (1996), que no es más que el día a día de esa
imparable búsqueda de la felicidad. Entonces, el hombre, postmoderno en
consciencia, prefiere buscar una ciudad sin murallas, sin sistemas, o en todo
caso, vivir en esa ciudad, con murallas, con sistemas, y doblegado ante estas.
También resáltese la palabra
<>, idónea para retratar los tiempos de cambio que visualiza
Coronel, pues el sujeto postmoderno, atiende a la era de la globalización en la
que se da muerte a los mitos, corrientes independientes y movimientos
idealistas, ya que se aprende poco a poco a convivir con las retóricas que
plantean las doctrinas globales. Se retrata muy bien en la siguiente cita: ‘’Ya me cansaban los mismos discursos de 30
años, pasados de generación en generación, sin ningún remozamiento, sin toques
de maquillaje, los mismos símbolos, el martillo… la hoz… el heroico pueblo y el
diabólico sistema de cosas’’. (Centeno, 1992, p.36)
Por consiguiente, Centeno, a través de sus
personajes, representantes de la década de los sesenta y setenta, desarrolla
poco a poco el constructo de la era postmoderna y distópica, pues el discurso
prometeico, se convirtió en la pieza rallada del disco, no hubo mucho cambio en
la configuración de dichos ideales, su presentación fue la misma a través de
líderes y movimientos, se mantuvo intacta en el tiempo, y fue quizá el
detonante para que el sujeto entendiera, que dicho disco, seguirá siendo tan
solo un disco: ‘’Yo a veces nostálgico,
pensaba que tendríamos que serrucharle las patas al sistema, erguir el mazo,
pero mi fe ha menguado, la gente fluctúa, solo que una roca doctrinaria…’’ (Ceteno, 1992, p.36)
Coronel se siente por demás desprovisto de
armas para luchar por sus imaginarios, mismos, que cada vez se transforman más
en quimera. Surge a continuación la pregunta, ¿puede el hombre postmoderno
vivir siempre a la intemperie?, Albert Camus,
afrancesado y desafiante autor, dejaba un guiño de lo que sería la era
postmoderna, al poner la ‘sociedad prometeica’, como otro fallido más del
hombre, y al dejar en tela de juicio la figura del Prometeo, para darle paso a
la <>, "Hace
falta ser tontos para saber que Prometeo no es Prometeo, sino Sísifo, y
empeñarse una vez tras otra en subir la roca a lo alto de la montaña.
¡Dejémosla abajo y disfrutemos de la vida!" (Camus, 1942, p3)
Entonces, pudiera decirse que cual Sísifo,
el hombre de ahora ha sucumbido a los efectos de la inamovilidad imaginaria y
es consciente que las utopías forman parte de un constructo no concretable, no
se lucha bien por vivir, sino por sobrevivir, y es que se ha dado rienda suelta
al olvido de la moral: se hace lo que conviene a las individualidades, sin
importar que acribille a la ética de las colectividades. No se llegó a la
postmodernidad simplemente porque se estuviera en contra de la modernidad, se
llegó a ella porque la humanidad se desencantó, los hombres se decepcionaron de
esta, se desgastaron en luchas malogradas, de intentonas convertidas en
utopías. Se regresó al interés por la naturaleza y a las emociones por encima
del raciocinio. Había llegado la época del placer propio, lejos de los
fanatismos filosóficos, religiosos, sociales y sexuales que trajeron las
contiendas, conflictos, pestes y hostilidades más desgraciadas y monstruosas de
toda la historia de la humanidad. La primera vez que se escuchó el termino, fue
gracias a Lyotard, que condenando la
sociedad moderna por su credulidad ante las impiedades del hombre, reestructuró
el concepto y nos encaminó a corregir los fallos de la misma para tratar de
compilar una sociedad menos conflictiva, aunque esto implicara conciliar con el
sacrificio.
La sociedad se inició en el postmodernidad,
cuando entendió que hacía de Sísifo y cuando razonó su eterna condena. Así, los
hombres postmodernos preferirían no llegar al destello del conocimiento. Decidieron
no descubrir para evitar las consecuencias, porque así como la ciencia había
logrado el alunizaje por ejemplo, también la ciencia había creado las armas más
mortíferas y peligrosas.
“La cultura
posmoderna se caracteriza por la incredulidad con respecto a los metarrelatos,
invalidados por sus efectos prácticos y actualmente no se trata de proponer un
sistema alternativo al vigente, sino de actuar en espacios muy diversos para
producir cambios concretos. Acabar con el ultraprogresismo que así como trae
sueños cumplidos, trae guerras y destrucción, ‘La moral, es la impoluta
perjudicada de la llamada era postmoderna. No hay razones para transgredir, las
transgresiones son parte de la ecuación del poder’’ (Lyotard, 1979, 326)
Como acota Lyotard, todo pudiera formar parte
de las dinastías de poder y es que la utopía pertenece al imaginario social de
estos jinetes con cara de sacerdotes y manos de bien común, quienes realmente
apuestan al cretinicidio de las colectividades, es decir el 1984 de Orwell o el Averno de Jiménez Emán,
pudieran estarse gestando en cualquier parte del mundo, ¿quién dice qué
no?, si la dinastía es la experta en cubrir con embestiduras de acero sus
acciones.
La aparente resignación del sujeto
postmoderno, que bien podríamos llamar sujeto distópico, representa el
cretinicidio a los que apuestan las cópulas totalitarias. La característica que
parece acompañar a los cretinos, es la dualidad. Las dobles acciones, las
dobles emociones, los dobles ideales, los dobles valores. La dualidad de los
seres, forma parte de esta resignación, no está representada por la ceguera
total del mundo de Orwell, pues no hay aun suficiente ficción para que se
erijan este tipo de villanos, la ceguera de la actualidad es diferente, está
pendiendo de un hilo entre la pureza y la impureza, ese es su estado
permanente, y la conveniencia individual se convierte en la constante de esa
ecuación de múltiples variables, llamada postmodernidad. Coronel,
no difiere a estos argumentos:
‘’He aprendido a
conducirme en el doble juego de la moral. Y no puede uno dejar de ser mediocre,
dejar la paranoia de creerse juguete del sistema por todo, olvidar las ganas de
transformar las cosas porque el sistema es una mierda, y el país y la misma
vida. Las cosas deben quedarse donde están y quien no las quiere así debe
aprender a transgredir, a hacer trampas, a estar con Dios y con el Diablo’’. (Centeno, 1992, p.46)
Así pues, Coronel sabe que pensar en
revolucionar el mundo y acabar con el sistema es para ‘mediocres’, pues nunca
se consigue el objetivo. Todo seguirá siendo una ‘mierda’. ¿El resoluto?, no
teme aprender a vivir con la ‘mierda’, pertenecer al bando del bien cuando
necesite del bien, y del mal cuando necesite de él. Jugando así, con las caras
de la moral, que si bien antes era un concepto al que debía aspirar el ser
humano por naturaleza, desde épocas sumerias, ahora es un constructo puramente
social, de cierto aire mercantilista,
que ha demarcado lo que es bueno y malo, y que ha manipulado la obra del
hombre. Por ejemplo, en el texto también
se expresa Coronel sobre los conceptos y precepciones de la moral: ‘’La moral no es otra cosa que una forma
legal e indiscutible de represión. Décadas atrás, tenía su gracia y hasta su
irreverencia el fumar marihuana. Ahora es un negocio… las ideologías han
perdido sentido…’’ (Centeno, 1992, p.46)
2.
Trilogía
Sucia De La Habana
Por su parte en Triología Sucia de La
Habana (1998), si bien nos alejamos de la Catia que retrata Centeno, no nos
alejamos de una realidad circundante en el contexto de Latinoamérica, con la
postmodernidad y la distopía representadas por Gutiérrez y esta vez en La
Habana, explorando la desilusión ante la vida contemporánea y tratando temas
contrarios, una vez más, a la moral.
Gutiérrez nos entromete en un mundo de
microrelatos, hilvanados entre sí pero con concepciones distintas. Se
diferencia de Calletania(1992), por tener un sinfín de personajes que entran y
salen de la historia, sin embargo todos circundan el ego y realidad de su
protagonista, Pedro Juan, que no por solo tener el mismo nombre de su autor,
viene demarcado sin duda para las experiencias de este, otorgándole un carácter
autobiográfico. Pedro Juan, no se deja ensimismar por el mundo que le acontece,
busca siempre la manera más rápida de resolver, sin importar mucho que afecte a
los demás. Poco a poco, va envolviéndose en el ritmo de La Habana y en todas
las compuertas buenas y malas que esta contiene, ciudad cuesta abajo, descubre
en ella un laberinto dantesco, el averno mismo. Por ejemplo en <> , confiesa Pedro Juan, su propio concepto acerca de la utopía: ‘Vives en la Utopía, y la utopía se
desmorona… En definitiva, siempre proponía la salvación para el futuro, para la
próxima generación, para mañana… es un karma colectivo’’ (Gutiérrez, 1998,
p.129)
Hágase énfasis en la palabra
, la utopía como se representa en el texto, resulta un peso
para las sociedades. Surge la pregunta ¿Qué hacer?, si se vive precario de
ilusiones o si se persigue inalcanzables sin futuro, solo presente y más
presente. A lo que Pedro Juan acota: ‘¿Qué hago? Puedo escapar o puedo quedarme y
sobrevivir entre los escombros. Insistir. Rehacer. O hacer algo nuevo,
distinto. Solo escapan los vencidos’’. (Gutiérrez, 1998, p.129)
Aunado a esto, el italiano Claudio Magri
cree en que el debate entre la utopía y la antiutopía, acabará cuando el sujeto
se defina en su concepción y configuración. Creer o no creer, según lo que su
contexto determine: sujeto moderno o sujeto postmoderno y cuando converjan la
utopía y el desencanto en un solo modelo de acción:
‘’Utopía y
desencanto, antes que contraponerse, tienen que sostenerse y corregirse
recíprocamente. El final de las utopías totalitarias sólo es liberatorio si
viene acompañado de la conciencia de que
la redención, prometida y echada a perder por esas utopías, tiene que buscarse con mayor paciencia y modestia,
sabiendo que no poseemos ninguna receta definitiva, pero también sin
escarnecerla. Demasiados desilusionados por las utopías totalitarias desmoronadas, excitadísimos por
el desencanto en lugar de haberse vuelto a
causa de ello más maduros, levantan una voz chillona y presumida para
mofarse de los ideales de solidaridad y
justicia en los que antes habían creído ciegamente’’. (Magri, 1996, 4)
Por consiguiente, pudiéramos decir que
abandonar la utopía parece imposible cuando el hombre vive de ideales, sus
religiones y filosofías lo han determinado así. Sin embargo, para aquellos que
se atreven dar un paso más y desertar, les espera un espacio sin zozobra y desencanto.
Téngase en cuenta, que el cretino, distópico o postmoderno, como se le ha
llamado a lo largo de esta investigación, no es un sujeto pesimista sino al
contrario, resuelve su mundo dantesco, con los desenfrenos que aun le ofrece la
modernidad. No se muestra depresivo, sabe acomodarse a las situaciones sin
muchas exigencias ni pretensiones, situación que se retrata a la perfección en
el texto de Gutiérrez:
‘…
tengo unos cuantos motivos para la pesadumbre. Pero no debe ser. La vida puede
ser una fiesta o un velorio. Uno es quien decide. Por eso la congoja es una
mierda en mi vida. Y la espanto. Así estoy siempre: espantando la congoja, la
pesadumbre y todo eso’’. (Gutiérrez, 1998, 101)
Como se evidencia, la estructura de
tópicos del texto de Gutiérrez, son fiel símbolo de la línea que persigue la
presente investigación, gracias a la axiología que define a su personaje
principal, Pedro Juan, que viene demarcado firmemente por la decepción que
aromatiza a La Habana. Pedro Juan está alienado ya por la postmodernidad y se
entrega sin tapujos al desenfreno que esta la propone. Característica, no muy
diferente a lo que sucede a los personajes de Calletania (1992),
específicamente con Coronel, Daniel o la misma Tania, quienes deciden cargar la
roca y no remover más en el terreno de las ideas, claramente aceptan su ilógico
y sombrío destino, pues la época que les pertenece cada vez tiende a parecerse
más a un orco representado magistralmente por su autor.
Concluyendo. Son Calletania (1992) y
Trilogía Sucia De La Habana (1998), dos claros ejemplos de como la concepción
de la distopía ha venido insertándose intrínsecamente en la literatura
latinoamericana, pues parece irse representándose cada vez con cimientos más
fuertes el constructo de la utopía inalcanzable de América Latina, que a su vez
forman parte del imaginario colectivo que sopesa hoy las fragilidades del
hombre contemporáneo y que se puede reproducir en Catia, La Habana, en
cualquier otro rincón de Cuba o Venezuela o de cualquier país del continente.
Postmodernidad y Distopía, están presentes en la génesis de la nueva era, el
debate que seguirá por un buen tiempo, es si el sujeto opta por vivirlas sin
refutación, o si consigue en su ámbito de existencialismo más teorías y
soluciones por encontrar.
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