miércoles, 5 de marzo de 2014

Distopía y Postmodernidad en 'Calletania' de Israel Centeno y 'Trilogía Sucia De la Habana' de Pedro Juan Gutiérrez

Pocos podrían pensar que estos dos textos de autores en concepciones y contextos dispares, tengan un punto de encuentro sobre el cuál hacernos eco. Les invito a leer esta investigación sobre este encuentro de mundos. 

     Latinoamérica ha estado al margen del imaginario social que se ha establecido desde la época de la conquista, y que ha venido evolucionando hasta tocar los aires de postmodernidad. La utopía ha sido siempre el impulso del hombre moderno en relación al rumbo que le espera dentro de una sociedad, sin embargo, la utopía siempre queda en utopía y es por ende que parece estar el hombre, caminando en una autopista interminable, cargando siempre el costal de la insatisfacción, cuál Sísifo entregado, rendido y aceptando su miserable destino. Diversos autores como Carlos Fuentes, Briceño Guerrero, Galeano, entre otros, han ofrecido su mirada del continente como la utopía que representaría la salvación de los condenados del viejo continente, sin embargo, nada más lejos de esa quimera les esperaba. Latinoamérica es producto de la utopía, y como parte de un ciclo, se convierte en esta misma. Lo que utopía es, utopía será, y fue este marco lo que hace generar la distopía, que está representada en la definición de postmodernidad que recrean Habermas y Lyotard. Los textos que se abarcaran, tienen un gran significado dentro del ámbito de la década de los setenta, década en la que empieza a gestarse la libertad de idea, despegada de sectores y discursos repetidos durante toda la modernidad… ¿es la postmodernidad la única resolución del hombre?, ¿está el hombre cansado de pensar?, ¿sólo puede esperar de brazos cruzados al ejecútese de su destino?, son tan solo algunas de las preguntas de carácter ontológico que surgen a partir de los textos seleccionados, y que intentan responder desde el enfoque de la axiología de sus protagonistas.

1.    Calletania

     En Calletania, Ceteno nos introduce claramente en el terreno de la postmodernidad. Los personajes del texto viven en medio de una sociedad apocalíptica que huye de las pretensiones e imaginarios sociales. En la postmodernidad, desaparece la fe, el sujeto se ha alejado de istmos, mitos y creencias, porque las utopías se han quedado en utopías. La utopía se convierte entonces en el punto inalcanzable que forma parte del imaginario colectivo. Cuando la utopía alcance el nivel de concreción dejará de llamarse utopía. Por consiguiente, no puede el hombre contemporáneo depender de un imaginario inconstruible, como quiso hacerlo el sujeto moderno, quien empeñado en hacer de Prometeo, se dejó llevar, ante las promesas adictivas de la modernidad. Si el mundo había sido dominado por el eco de la antigüedad, el constructo moderno puso a valer el mito, la creencia de la gente en corrientes filosóficas, vertientes artísticas y sectas revolucionarias, dónde el libre albedrío re direccionó el destino del hombre. Sin embargo, este, se cansó de estimar y por ende la categoría modernidad queda desierta ante la deserción del sujeto de la mirada edénica. Coronel, personaje protagonista de la creación de Centeno, parece estar consciente de este constructo:
‘’Yo hice mi nido de águila, me encumbré en un risco lejos de la tierra en donde los hombres construyen sus torres de Babel, elaboran teoremas, resuelven ecuaciones, defienden puntos de vista y toman partido por tal o cual lenguaje, cuando mi lenguaje desde hacía tiempo era de retirada, de deserciones, de abandono de colinas y entrega de banderas’’. (Centeno, 1992, p-34)
     Como expresa Coronel, el hombre moderno y postmoderno, viven en la misma época, pero hablan idiomas distintos, se mueven en escalones distintos de la escalera llamada sociedad. Se siente el tono de desesperanza y abandono en las palabras de Coronel, quien rendido y postmoderno en su concepción, no sucumbe ante la mirada aun moderna de su entorno, abandona la utopía y se entrega a la época cada vez más presente del desencanto: ‘’Ya no existía creencia y si acaso existía no sabía mantenerme en ella, optaba por visiones más globales, por enemigos dignos de embestidas, ciudades sin murallas que derrumbar’’. (Centeno, 1992, p.36)
     Téngase presente la última frase << ciudades sin murallas que derrumbar>>.  Esta representa la utopía carcomida del sujeto moderno, una metrópoli plena, sin enemigos, óptima para todo y todos, y hasta con ministerios de felicidad de por medio.  Sin embargo, la utopía cesa cuando el hombre moderno toma consciencia de que no se vive en ella, sino más bien, en la antiutopía, como la llama Claudio Magri (1996),  que no es más que el día a día de esa imparable búsqueda de la felicidad. Entonces, el hombre, postmoderno en consciencia, prefiere buscar una ciudad sin murallas, sin sistemas, o en todo caso, vivir en esa ciudad, con murallas, con sistemas, y doblegado ante estas.
     También resáltese la palabra <>, idónea para retratar los tiempos de cambio que visualiza Coronel, pues el sujeto postmoderno, atiende a la era de la globalización en la que se da muerte a los mitos, corrientes independientes y movimientos idealistas, ya que se aprende poco a poco a convivir con las retóricas que plantean las doctrinas globales. Se retrata muy bien en la siguiente cita: ‘’Ya me cansaban los mismos discursos de 30 años, pasados de generación en generación, sin ningún remozamiento, sin toques de maquillaje, los mismos símbolos, el martillo… la hoz… el heroico pueblo y el diabólico sistema de cosas’’. (Centeno, 1992, p.36)
     Por consiguiente, Centeno, a través de sus personajes, representantes de la década de los sesenta y setenta, desarrolla poco a poco el constructo de la era postmoderna y distópica, pues el discurso prometeico, se convirtió en la pieza rallada del disco, no hubo mucho cambio en la configuración de dichos ideales, su presentación fue la misma a través de líderes y movimientos, se mantuvo intacta en el tiempo, y fue quizá el detonante para que el sujeto entendiera, que dicho disco, seguirá siendo tan solo un disco: ‘’Yo a veces nostálgico, pensaba que tendríamos que serrucharle las patas al sistema, erguir el mazo, pero mi fe ha menguado, la gente fluctúa, solo que una roca doctrinaria…’’  (Ceteno, 1992, p.36)
     Coronel se siente por demás desprovisto de armas para luchar por sus imaginarios, mismos, que cada vez se transforman más en quimera. Surge a continuación la pregunta, ¿puede el hombre postmoderno vivir siempre a la intemperie?, Albert Camus,  afrancesado y desafiante autor, dejaba un guiño de lo que sería la era postmoderna, al poner la ‘sociedad prometeica’, como otro fallido más del hombre, y al dejar en tela de juicio la figura del Prometeo, para darle paso a la <>, "Hace falta ser tontos para saber que Prometeo no es Prometeo, sino Sísifo, y empeñarse una vez tras otra en subir la roca a lo alto de la montaña. ¡Dejémosla abajo y disfrutemos de la vida!" (Camus, 1942, p3)
     Entonces, pudiera decirse que cual Sísifo, el hombre de ahora ha sucumbido a los efectos de la inamovilidad imaginaria y es consciente que las utopías forman parte de un constructo no concretable, no se lucha bien por vivir, sino por sobrevivir, y es que se ha dado rienda suelta al olvido de la moral: se hace lo que conviene a las individualidades, sin importar que acribille a la ética de las colectividades. No se llegó a la postmodernidad simplemente porque se estuviera en contra de la modernidad, se llegó a ella porque la humanidad se desencantó, los hombres se decepcionaron de esta, se desgastaron en luchas malogradas, de intentonas convertidas en utopías. Se regresó al interés por la naturaleza y a las emociones por encima del raciocinio. Había llegado la época del placer propio, lejos de los fanatismos filosóficos, religiosos, sociales y sexuales que trajeron las contiendas, conflictos, pestes y hostilidades más desgraciadas y monstruosas de toda la historia de la humanidad. La primera vez que se escuchó el termino, fue gracias a Lyotard, que condenando la sociedad moderna por su credulidad ante las impiedades del hombre, reestructuró el concepto y nos encaminó a corregir los fallos de la misma para tratar de compilar una sociedad menos conflictiva, aunque esto implicara conciliar con el sacrificio.
     La sociedad se inició en el postmodernidad, cuando entendió que hacía de Sísifo y cuando razonó su eterna condena. Así, los hombres postmodernos preferirían no llegar al destello del conocimiento. Decidieron no descubrir para evitar las consecuencias, porque así como la ciencia había logrado el alunizaje por ejemplo, también la ciencia había creado las armas más mortíferas y peligrosas.
“La cultura posmoderna se caracteriza por la incredulidad con respecto a los metarrelatos, invalidados por sus efectos prácticos y actualmente no se trata de proponer un sistema alternativo al vigente, sino de actuar en espacios muy diversos para producir cambios concretos. Acabar con el ultraprogresismo que así como trae sueños cumplidos, trae guerras y destrucción, ‘La moral, es la impoluta perjudicada de la llamada era postmoderna. No hay razones para transgredir, las transgresiones son parte de la ecuación del poder’’ (Lyotard, 1979, 326)
     Como acota Lyotard, todo pudiera formar parte de las dinastías de poder y es que la utopía pertenece al imaginario social de estos jinetes con cara de sacerdotes y manos de bien común, quienes realmente apuestan al cretinicidio de las colectividades, es decir el 1984 de Orwell o el Averno de Jiménez Emán,  pudieran estarse gestando en cualquier parte del mundo, ¿quién dice qué no?, si la dinastía es la experta en cubrir con embestiduras de acero sus acciones.
     La aparente resignación del sujeto postmoderno, que bien podríamos llamar sujeto distópico, representa el cretinicidio a los que apuestan las cópulas totalitarias. La característica que parece acompañar a los cretinos, es la dualidad. Las dobles acciones, las dobles emociones, los dobles ideales, los dobles valores. La dualidad de los seres, forma parte de esta resignación, no está representada por la ceguera total del mundo de Orwell, pues no hay aun suficiente ficción para que se erijan este tipo de villanos, la ceguera de la actualidad es diferente, está pendiendo de un hilo entre la pureza y la impureza, ese es su estado permanente, y la conveniencia individual se convierte en la constante de esa ecuación de múltiples variables, llamada postmodernidad.   Coronel, no difiere a estos argumentos:
‘’He aprendido a conducirme en el doble juego de la moral. Y no puede uno dejar de ser mediocre, dejar la paranoia de creerse juguete del sistema por todo, olvidar las ganas de transformar las cosas porque el sistema es una mierda, y el país y la misma vida. Las cosas deben quedarse donde están y quien no las quiere así debe aprender a transgredir, a hacer trampas, a estar con Dios y con el Diablo’’.  (Centeno, 1992, p.46)
     Así pues, Coronel sabe que pensar en revolucionar el mundo y acabar con el sistema es para ‘mediocres’, pues nunca se consigue el objetivo. Todo seguirá siendo una ‘mierda’. ¿El resoluto?, no teme aprender a vivir con la ‘mierda’, pertenecer al bando del bien cuando necesite del bien, y del mal cuando necesite de él. Jugando así, con las caras de la moral, que si bien antes era un concepto al que debía aspirar el ser humano por naturaleza, desde épocas sumerias, ahora es un constructo puramente social, de cierto aire mercantilista,  que ha demarcado lo que es bueno y malo, y que ha manipulado la obra del hombre.  Por ejemplo, en el texto también se expresa Coronel sobre los conceptos y precepciones de la moral: ‘’La moral no es otra cosa que una forma legal e indiscutible de represión. Décadas atrás, tenía su gracia y hasta su irreverencia el fumar marihuana. Ahora es un negocio… las ideologías han perdido sentido…’’ (Centeno, 1992, p.46)

2.    Trilogía Sucia De La Habana

     Por su parte en Triología Sucia de La Habana (1998), si bien nos alejamos de la Catia que retrata Centeno, no nos alejamos de una realidad circundante en el contexto de Latinoamérica, con la postmodernidad y la distopía representadas por Gutiérrez y esta vez en La Habana, explorando la desilusión ante la vida contemporánea y tratando temas contrarios, una vez más,  a la moral.
     Gutiérrez nos entromete en un mundo de microrelatos, hilvanados entre sí pero con concepciones distintas. Se diferencia de Calletania(1992),  por tener un sinfín de personajes que entran y salen de la historia, sin embargo todos circundan el ego y realidad de su protagonista, Pedro Juan, que no por solo tener el mismo nombre de su autor, viene demarcado sin duda para las experiencias de este, otorgándole un carácter autobiográfico. Pedro Juan, no se deja ensimismar por el mundo que le acontece, busca siempre la manera más rápida de resolver, sin importar mucho que afecte a los demás. Poco a poco, va envolviéndose en el ritmo de La Habana y en todas las compuertas buenas y malas que esta contiene, ciudad cuesta abajo, descubre en ella un laberinto dantesco, el averno mismo. Por ejemplo en <>, confiesa Pedro Juan, su propio concepto acerca de la utopía: ‘Vives en la Utopía, y la utopía se desmorona… En definitiva, siempre proponía la salvación para el futuro, para la próxima generación, para mañana… es un karma colectivo’’ (Gutiérrez, 1998, p.129)
     Hágase énfasis en la palabra , la utopía como se representa en el texto, resulta un peso para las sociedades. Surge la pregunta ¿Qué hacer?, si se vive precario de ilusiones o si se persigue inalcanzables sin futuro, solo presente y más presente.  A lo que Pedro Juan acota: ‘¿Qué hago? Puedo escapar o puedo quedarme y sobrevivir entre los escombros. Insistir. Rehacer. O hacer algo nuevo, distinto. Solo escapan los vencidos’’. (Gutiérrez, 1998, p.129)
     Aunado a esto, el italiano Claudio Magri cree en que el debate entre la utopía y la antiutopía, acabará cuando el sujeto se defina en su concepción y configuración. Creer o no creer, según lo que su contexto determine: sujeto moderno o sujeto postmoderno y cuando converjan la utopía y el desencanto en un solo modelo de acción:
‘’Utopía y desencanto, antes que contraponerse, tienen que sostenerse y corregirse recíprocamente. El final de las utopías totalitarias sólo es liberatorio si viene acompañado  de la conciencia de que la redención, prometida y echada a perder por esas utopías, tiene  que buscarse con mayor paciencia y modestia, sabiendo que no poseemos ninguna receta definitiva, pero también sin escarnecerla. Demasiados desilusionados por las utopías  totalitarias desmoronadas, excitadísimos por el desencanto en lugar de haberse vuelto a  causa de ello más maduros, levantan una voz chillona y presumida para mofarse de los  ideales de solidaridad y justicia en los que antes habían creído ciegamente’’. (Magri, 1996, 4)
     Por consiguiente, pudiéramos decir que abandonar la utopía parece imposible cuando el hombre vive de ideales, sus religiones y filosofías lo han determinado así. Sin embargo, para aquellos que se atreven dar un paso más y desertar, les espera un espacio sin zozobra y desencanto. Téngase en cuenta, que el cretino, distópico o postmoderno, como se le ha llamado a lo largo de esta investigación, no es un sujeto pesimista sino al contrario, resuelve su mundo dantesco, con los desenfrenos que aun le ofrece la modernidad. No se muestra depresivo, sabe acomodarse a las situaciones sin muchas exigencias ni pretensiones, situación que se retrata a la perfección en el texto de Gutiérrez:
‘… tengo unos cuantos motivos para la pesadumbre. Pero no debe ser. La vida puede ser una fiesta o un velorio. Uno es quien decide. Por eso la congoja es una mierda en mi vida. Y la espanto. Así estoy siempre: espantando la congoja, la pesadumbre y todo eso’’. (Gutiérrez, 1998, 101)

     Como se evidencia, la estructura de tópicos del texto de Gutiérrez, son fiel símbolo de la línea que persigue la presente investigación, gracias a la axiología que define a su personaje principal, Pedro Juan, que viene demarcado firmemente por la decepción que aromatiza a La Habana. Pedro Juan está alienado ya por la postmodernidad y se entrega sin tapujos al desenfreno que esta la propone. Característica, no muy diferente a lo que sucede a los personajes de Calletania (1992), específicamente con Coronel, Daniel o la misma Tania, quienes deciden cargar la roca y no remover más en el terreno de las ideas, claramente aceptan su ilógico y sombrío destino, pues la época que les pertenece cada vez tiende a parecerse más a un orco representado magistralmente por su autor.

     Concluyendo. Son Calletania (1992) y Trilogía Sucia De La Habana (1998), dos claros ejemplos de como la concepción de la distopía ha venido insertándose intrínsecamente en la literatura latinoamericana, pues parece irse representándose cada vez con cimientos más fuertes el constructo de la utopía inalcanzable de América Latina, que a su vez forman parte del imaginario colectivo que sopesa hoy las fragilidades del hombre contemporáneo y que se puede reproducir en Catia, La Habana, en cualquier otro rincón de Cuba o Venezuela o de cualquier país del continente. Postmodernidad y Distopía, están presentes en la génesis de la nueva era, el debate que seguirá por un buen tiempo, es si el sujeto opta por vivirlas sin refutación, o si consigue en su ámbito de existencialismo más teorías y soluciones por encontrar. 


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